domingo, 28 de noviembre de 2010

Écue-Yamba-O

Una “élite” inteligente y sensitiva de la raza negra ha comenzado a diseñar un “idearium” cuyos focos parecen ser: la superación espiritual del negro, partiendo de un principio de afirmación racial, y la de sus aspiraciones con las del blanco para la constitución de un ideal nacionalista único.[1]

Con estas palabras iniciaba Alejo Carpentier su artículo “La cuestión del negro” que se ha venido a considerar como el manifiesto del movimiento literario conocido como Afrohispanoamericanismo. En él, Carpentier defiende una convivencia armónica entre negros y blancos en su país, Cuba. Este presupuesto fue asumido por la literatura y este mismo autor fue el encargado de llevarlo a cabo con la obra Écue – Yamba – Ó que inaugura el ciclo afrohispanoamericanista de la literatura hispanoamericana.

Esa convivencia armónica propuesta por Carpentier busca, a través de la literatura, defender y valorar el mestizaje que caracteriza a la sociedad cubana (e hispanoamericana en general), una hibridez que hasta el momento había sido tenida por negativa, y donde el componente negro se había visto marginado y tenido por inferior en todos los aspectos de la vida del país. Alejo Carpentier, como muchos narradores de este ciclo, se crió en un mundo de valores mezclados que se fueron superponiendo conforme avanzaba en su educación, conformando así una manera sincrética de entender el mundo. En efecto, como el propio autor cuenta en el prólogo de la obra, Menegildo Cué (protagonista) fue un personaje real con el que compartió juegos durante su infancia. Carpentier creció, pues, rodeado de la cultura de los negros cubanos, a la vez que su vida se desarrollaba en el mundo criollo al que pertenecían sus padres. Carpentier, al redactar su artículo, es perfectamente consciente de la hibridez y mestizaje que hay en su propia persona y, lo que es más, observa cómo dicha mezcla convive con total armonía en él, haciéndole posible comprender a dos culturas totalmente diferentes y aceptar los valores de cada una de ella como válidos, respetándolas a ambas. El hecho de que tal mestizaje tenga éxito en su persona, lleva a autores como Carpentier a plantear que dicho mestizaje también puede y debe darse en el conjunto de la sociedad, que por tanto debe renunciar a sus absurdas divisiones e intentar mantener las culturas que la forman enriqueciéndose con sus aportaciones.

Por otro lado, Carpentier dirige, en el mismo artículo, una dura crítica contra los cubanos que hablan de indigenismo, puesto que en Cuba el sustrato prehispánico desapareció al poco de llegar los primeros españoles y apenas se conserva nada de él. Sin embargo, como el autor defiende, el indigenismo cubano es el negrismo, es decir, que si hay una cultura dominada que los intelectuales cubanos deban ocuparse de defender, ésa es la de los negros que, tras llegar siglos atrás como esclavos, permanecen aislados e ignorados por el sector criollo que tiene el poder.

En cierta medida no es extraño que se hablara de indigenismo aun en países donde el sustrato prehispánico era prácticamente inexistente, puesto que la corriente indigenista había surgido años antes en novelas que se hacían eco de un realismo social de denuncia, como ocurría por ejemplo con la novela Huasipungo, de Jorge Icaza. No obstante, tras la experiencia subjetivizadora del arte vanguardista, el realismo social se tiñó de significados simbólicos que, presuponiendo las duras condiciones de vida de las etnias dominadas en las sociedades hispanoamericanas (indios o negros), se centraba en dar a conocer el sentido profundo de las culturas que estos sectores de la población representaban, con objeto de lograr una persuasión espiritual de los lectores para que éstos comprendieran el sentido último de una cultura ajena pero tan válida como la propia y aprendieran a respetarla como tal. De esta manera el Indigenismo clásico dio paso al nuevo movimiento indigenista, paralelo al cual se desarrolló el Afrohispanoamericanismo, ya con estos presupuestos del realismo simbólico.

Así pues, este realismo simbólico se sitúa al servicio de la idea primera expuesta por Carpentier: el mestizaje ideal de las sociedades hispanoamericanas. Por lo tanto, el objetivo principal del discurso afrohispanoamericanista era lograr que esas sociedades divididas se integraran de manera definitiva. La necesidad de llevar a cabo este objetivo, dio lugar a un tipo de obra ambivalente, puesto que leída por la sociedad que retrataba (la de los negros de Cuba en el caso de Écue – Yamba – Ó), constituía una legitimación de su cultura, y leída por un lector criollo y ajeno suponía un proceso de aprendizaje y comprensión de una realidad muy cercana a la que nunca se había acercado. Estos presupuestos dieron lugar a la aparición de un esquema de novela concreto: se escribían novelas de aprendizaje que pudieran guiar al lector criollo y, en este sentido, el esquema novelístico más adecuado era un tipo de novela biográfico, una Bildungsroman que narraba la vida de un personaje desde su infancia hasta su madurez. Se trataba por tanto de un personaje que iba poco a poco relacionándose con la realidad que le rodeaba, aprendiendo de ella y comprendiéndola. De esa forma, el autor consigue lo que se propone: que el lector se adentre de lleno en un mundo que desconoce y aprenda paulatinamente a comprenderlo, al ritmo que el personaje protagonista aprende a vivir dentro de él. Los autores llegaban incluso a plantearse qué dudas podían surgir a los lectores durante la lectura, haciendo así que sus personajes preguntaran o vivieran situaciones que contribuyeran a aclarar determinados aspectos.

Esta es precisamente la estructura de Écue – Yamba – Ó, donde asistimos al nacimiento de Menegildo Cué y a su infacia, adolescencia y comienzos de la vida adulta hasta su muerte. A lo largo de la vida de este protagonista, observa el lector la forma de vida de los negros cubanos cuyo trabajo depende directamente del cultivo de la caña de azúcar, la vida en el bohío, la explotación a la que la Central San Luis somete a sus trabajadores, las supersticiones que impregnan la vida diaria, o las continuas borracheras con las que los trabajadores parecen olvidar sus problemas inmediatos. Quizá uno de los aprendizajes más significativos de la vida de Menegildo sea el de los rituales y danzas africanas que su familia y el resto de los negros conservan de sus antepasados; así, el personaje comienza a relacionarse con estas prácticas desde niño, cuando comienza a tocar y bailar en las festividades del santo de su padre. Se observa así la relevancia que dichas manifestaciones musicales adquieren incluso en las campañas electorales de los políticos y alcanzan su cenit cuando el joven es iniciado en el ñañiguismo (una asociación que sirve a los negros para protegerse unos a otros y que ya trajeron sus antecesores africanos en época de la esclavitud), en una ceremonia de 18 horas de duración durante las cuales la música se une a las prácticas esotéricas en un ritual que hace a sus participantes entrar en una especie de éxtasis, una manera de llegar al conocimiento ancestral de su cultura y asistir a la revelación de las fuerzas que, según ella, dirigen cada acontecimiento, por insignificante que sea, de la vida cotidiana.

Como ya se ha dicho, uno de los motivos principales por los que los autores como Carpentier llevan a cabo este tipo de obras obedece a su propia educación y proceso de aprendizaje, al que han contribuido ambas culturas. Así, para redactar las obras, los autores acuden a su propia experiencia vital, dando a luz novelas autobiográficas o testimoniales que describen situaciones y acontecimientos que ellos mismos vivieron o presenciaron. Por otro lado y junto al mestizaje de su educación, los autores eran en su mayoría intelectuales educados al modo occidental cuyos intereses se orientaban hacia cuestiones antropológicas, lo que les permitió tener una formación adecuada que les facilitaba el acercamiento a culturas desconocidas para el resto de la sociedad. Esta doble circunstancia (el conocimiento directo de la cultura retratada y el interés antropológico posterior) fue otro de los motivos que llevó a los autores a dejar de lado el realismo detallado y fiel a la realidad, que la presentaba como algo ajeno que conocer a través de datos y crueles descripciones, a favor de ese realismo de tipo simbólico del que ya se ha hablado, que permitía a los escritores provocar la inmersión total del lector en la obra y, por tanto, en la cultura que en ella se retrataba y llegar así a comprenderla y respetarla a través de la asimilación de sus significados más profundos y míticos.

Y todo este proceso se llevaba a cabo en un mundo híbrido, en la novela tratada, un mundo de obreros haitianos y jamaicanos, capataces americanos, químicos franceses, pescadores italianos, viajantes judíos, emigrantes gallegos, horticultores asiáticos, almacenistas chinos y algunos polacos que pueblan una realidad multicultural a la que el joven Menegildo se asoma desde su pequeño bohío y a través de su milenaria tradición cultural. Esta situación provoca vidas como la del primo Antonio, que parece estar a caballo entre las tradiciones propias de sus ancestros (es ñáñigo y respeta profundamente las tradiciones) y la vida que han traído los yanquis, viviendo en la ciudad y asociándose con los políticos, y no vinculado por tanto a la tradición familiar de vida en el campo y cultivo de la tierra.

Todas las características hasta ahora descritas contribuían a crear un tipo de novela donde el conflicto individual de un personaje puede extrapolarse al resto del continente e incluso universalizarse, como ocurre con Menegildo Cué cuando comienza, en su adolescencia, a sentir el deseo sexual. El lector reconoce esta experiencia y sabe que es compartida por los seres humanos de cualquier raza o cultura, lo que lleva aún más a la identificación y comprensión del protagonista y de la tradición que éste representa.

En definitiva, Écue- Yamba – Ó surge en un contexto social que hizo aflorar nociones como la transculturación que se plasmaban en ideas acerca de una convivencia ideal y armónica entre culturas, el hecho de que los propios autores experimentaran en su formación dicha transculturación y la vieran como algo enriquecedor, la Negrofilia vanguardista o la importancia histórica de los negros en ciertas zonas del continente hispanoamericano fueron los factores que contribuyeron de forma más decisiva al surgimiento del Afrohispanoamericanismo. Se conformaba así una literatura vivencial capaz de transmitir unos valores más que necesarios para que personajes como los Cué tuvieran la consideración que merecían en una sociedad que llevaba demasiado tiempo rechazándolos ciegamente.



[1] Alejo Carpentier, “La cuestión del negro” (1929).

viernes, 19 de noviembre de 2010

El niño con el pijama de rayas

Hace tiempo, cuando empezaba a ponerse de moda, alguien me regaló este libro. No lo leí en su momento por falta de tiempo, y no lo leí después porque estaba "demasiado en todas partes", y preferí esperar a que pasara un poco la fiebre de las rayas.

Ayer lo leí.

Me ha costado bastante decidirme a hacer esta actualización. Finalmente, he decidido hacerla porque considero que tengo algo que decir y este espacio para decirlo. Ahora bien, me gustaría advertir que se trata sólo de una opinión, una serie de ideas que fui desarrollando conforme leía el libro y que las planteo de manera absolutamente respetuosa y sin ánimo de ofender a nadie.

Allá va.

Creo que El niño con el pijama de rayas es un relato que responde a un proyecto escrupulosamente concebido: el de crear un superventas.

¿Por qué?

En primer lugar, nos encontramos ante un tema topicalizado: la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un tema muy manido hoy en día, pero que cumple un objetivo: apela a la sensibilidad del lector. En la literatura actual de entretenimiento, temas como el misterio y el suspense, eso que llaman "novela histórica" (templarios, monjes de vaya usted a saber dónde o polematizadas obras de arte) y los dramas sentimentaloides son apuestas seguras para lograr la atención del público lector. El niño con el pijama de rayas nos muestra una de estas historias plagadas de sentimentalismo: desde la primera página, cualquiera que haya visto un par de películas sobre nazis sabe por donde van los tiros; nada sorprende, entre otras cosas, porque sobre los horrores de la Segunda Guerra Mundial ya poco queda que decir.

En segundo lugar me gustaría comentar el punto de vista narrativo: la perspectiva escogida por el autor es la mirada de un niño de nueve años, hijo de un comandante nazi, que observa sin comprender la realidad que le rodea. Al encontrarse con semejante protagonista, cualquiera esperaría una especie de Bildungsroman o "novela de aprendizaje". Para nada. Durante la lectura apenas pasa un año, mientras que la novela de aprendizaje suele abarcar desde la niñez hasta la madurez o, al menos, hasta la juventud. Sin embargo, existen novelas que constituyen una Bildungsroman en las que no se abarcan tantos años, pero sí se da lo fundamental: la evolución del personaje, su aprendizaje; vemos como el personaje va madurando, empieza a comprender el mundo que le rodea y sus acciones (y, por tanto, el desarrollo de la novela) están motivadas por su nueva manera de entender el mundo, de entender a las personas e incluso de entenderse a sí mismo. Nada de esto le sucede a Bruno (el niño protagonista) que comprende lo mismo al principio que al final de la novela: nada. Curioso, ya que vive junto al campo de concentración de Auschwitz e incluso traba amistad con un niño judío que vive dentro... era como para sospechar algo y, desde luego, como para preguntar más.

En tercer lugar, y aunque no he leído el orginal sino la traducción al español, creo que la técnica es pobre, pretendidamente sencilla y excesivamente inocente. En algunas ocasiones, más que 9 años, da la impresión de que Bruno tiene unos 5 o 6 como mucho. Hay detalles que chirrían demasiado, como por ejemplo el hecho de que Bruno, después de que le afeiten la cabeza por tener piojos, piense que todos los que están "tras la alambrada" deben de haber tenido piojos... vale como razonamiento de un niño, podría pasar por razonamiento de un niño de 9 años, pero no por el razonamiento de un niño de 9 años que lleva un año viendo gente con la cabeza rapada; al menos para mi gusto, el detalle queda demasiado forzado, como si Boyne quisiera decir al lector: "¡eh, recuerda que es un niño, pobrecito, no entiende nada!". Por otro lado, predomina en la novela el diálogo, y adquiere especial relevancia el sostenido entre Bruno y Shmuel (su amigo judío). Este recurso, que bien empleado podría haber dado excelentes resultados, termina cansando: no hay evolución, Bruno no cambia su punto de vista, no reacciona ante lo que ve, no entiende más al final que al principio (después de un año hablando todas las tardes con un niño judío internado en un campo de concentración). Desde mi punto de vista, estos diálogos, más trabajados, hubieran podido darle a la novela ese carácter de "aprendizaje" que no logra en ningún momento.

Recapitulo: un tema conocido y sentimentalmente atractivo para el lector, presentado a través del punto de vista narrativo de un niño pequeño, lo que permite una técnica extremadamente sencilla, que contribuye a transmitir la historia, pese al tema tratado, de manera muy amable, descafeinada, sin ánimo de perturbar al lector. En fin: tema conocido y sentimental, técnica sencilla, y anécdota descafeinada, junto con la brevedad de la obra (se lee en un par de horas) dan como resultado una obra fácil de leer y muy asequible para el público general. Un superventas. Un best-seller. Y lo que es más: breve, sencilla, dialogada y sentimental son (curiosamente) las características idóneas para que de ahí salga una película. Negocio redondo.

Quizá las intenciones de John Boyne eran de lo más honestas y simplemente, inconscientemente, construyó un producto que se vendería bien. Desde luego, la idea no es mala, y si hubiera prescindido de tópicos (como el niño que quiere a su criada o el cambio de ropa para simbolizar lo absurdo del racismo, entre otros), si hubiera ayudado al personaje a evolucionar, a conocer el mundo que le rodea, a sentir lo que está viviendo e incluso a revelarse contra ello, probablemente habría logrado una interesante novela donde el aprendizaje de Bruno hubiera sido un poco el de cada lector. Sin embargo, por todo lo que he comentado, la novela se queda ahí, en el sentimentalismo y la historia fácil, no aporta nada nuevo: todos sabemos lo malo que fue el nazismo y las barbaridades que se llevaron a cabo, y esta novela lo único que hace es volver a mostrarlas. Ni siquiera el brillante final de la obra, magnífico, original y muy, muy logrado con una técnica que consigue plasmar (ahora sí) el acontecimiento que describe, ni siquiera con este final, digo, consigue que algo se revuelva, o se active, en la mente del lector. No trasciende.

El niño con el pijama de rayas es a mi juicio un producto literario más, intrascendente y pasajero, que dentro de 5 años no se venderá, dentro de 15 estará descatalogado y dentro de 20 habrá quedado en el olvido, sepultado por otros tantos como él: sentimentales, amables, efímeros.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Sobre héroes y tumbas

He decidido hacer la primera actualización "seria" de este blog hablando sobre el último libro que he leído por voluntad propia, fundamentalmente porque creo que el libro en cuestión lo merece, y mucho.

Mi simpatía hacia el escritor argentino Ernesto Sábato empezó cuando leí El túnel con escasos 17 años y por recomendación de un profesor de filosofía (al que he de agradecerle sinceramente que me pusiera en contacto con este gran autor). De El túnel ya casi ni me acuerdo y ahora, después de cuatro años de Filología, me doy cuenta de que seguramente ni llegué a entender muchas cosas (nota mental: releer El Túnel), pero siempre he conservado ese buen sabor de boca que dejan esos libros que de vez en cuando nos encontramos, que a veces incluso leemos y al final permanecen enquistados en nuestra memoria, en el cajón de "GRANDES HALLAZGOS".

Y así, a través de El túnel (nunca mejor dicho) llegué a Sobre héroes y tumbas. Confieso que compré el libro por azar, uno de esos días que vas de excursión a la Fnac y te empeñas en comprarte algo, por vicio. Y confieso también que tras las primeras páginas supe que una de dos: o acabaría dejándolo por imposible, o adoraría el libro. Seguí leyendo. Pronto me di cuenta de que (al menos en mi caso), este libro no podía leerse de mucho en mucho. Los capítulos son muy breves, algunos de apenas media página, y creo que Ernesto Sábato sabía lo que hacía, como una advertencia, traducida al modo prospecto: "leer en pequeñas dosis". A lo que yo personalmente añadiría "sólo una vez al día, a ser posible antes de dormir".

Cuando llegué a la última página confirmé mis sospechas: había merecido la pena. Sobre héroes y tumbas es uno de esos libros a los que solemos llamar "densos", está construido a base de frases enrevesadas que poco a poco te van llenando la cabeza de ideas y acaban obligándote a pensar. Con momentos narrativos brillantes, reflexiones dignas de filósofo griego antiguo, juegos de palabras que le hacen a uno quitarse el sombrero y una acción (¿o acciones?) que transcurre pausadamente, como si su autor quisiera que te tomaras tu tiempo, como si quisiera llevarte bien lejos que toda conclusión precipitada. En definitiva, un libro que hay que saborear con paciencia, página a página, para darse cuenta al final (cuando vuelves a la nota de prensa del principio porque crees que no has entendido nada) de qué lo has entendido todo y, lo que es más importante, has ganado mucho por el camino.

No sigo, porque no quiero contar nada del argumento (ni podría aunque quisiera). Acabo con las palabras del propio Ernesto Sábato en la nota a la 1ª edición (1961), que creo que definen los dos libros de los que he hablado:

Existe cierto tipo de ficciones mediante las cuales el autor intenta liberarse de una obsesión que no resulta clara ni para él mismo. Para bien o para mal, son las únicas que puedo escribir.