Una “élite” inteligente y sensitiva de la raza negra ha comenzado a diseñar un “idearium” cuyos focos parecen ser: la superación espiritual del negro, partiendo de un principio de afirmación racial, y la de sus aspiraciones con las del blanco para la constitución de un ideal nacionalista único.[1]”
Con estas palabras iniciaba Alejo Carpentier su artículo “La cuestión del negro” que se ha venido a considerar como el manifiesto del movimiento literario conocido como Afrohispanoamericanismo. En él, Carpentier defiende una convivencia armónica entre negros y blancos en su país, Cuba. Este presupuesto fue asumido por la literatura y este mismo autor fue el encargado de llevarlo a cabo con la obra Écue – Yamba – Ó que inaugura el ciclo afrohispanoamericanista de la literatura hispanoamericana.
Esa convivencia armónica propuesta por Carpentier busca, a través de la literatura, defender y valorar el mestizaje que caracteriza a la sociedad cubana (e hispanoamericana en general), una hibridez que hasta el momento había sido tenida por negativa, y donde el componente negro se había visto marginado y tenido por inferior en todos los aspectos de la vida del país. Alejo Carpentier, como muchos narradores de este ciclo, se crió en un mundo de valores mezclados que se fueron superponiendo conforme avanzaba en su educación, conformando así una manera sincrética de entender el mundo. En efecto, como el propio autor cuenta en el prólogo de la obra, Menegildo Cué (protagonista) fue un personaje real con el que compartió juegos durante su infancia. Carpentier creció, pues, rodeado de la cultura de los negros cubanos, a la vez que su vida se desarrollaba en el mundo criollo al que pertenecían sus padres. Carpentier, al redactar su artículo, es perfectamente consciente de la hibridez y mestizaje que hay en su propia persona y, lo que es más, observa cómo dicha mezcla convive con total armonía en él, haciéndole posible comprender a dos culturas totalmente diferentes y aceptar los valores de cada una de ella como válidos, respetándolas a ambas. El hecho de que tal mestizaje tenga éxito en su persona, lleva a autores como Carpentier a plantear que dicho mestizaje también puede y debe darse en el conjunto de la sociedad, que por tanto debe renunciar a sus absurdas divisiones e intentar mantener las culturas que la forman enriqueciéndose con sus aportaciones.
Por otro lado, Carpentier dirige, en el mismo artículo, una dura crítica contra los cubanos que hablan de indigenismo, puesto que en Cuba el sustrato prehispánico desapareció al poco de llegar los primeros españoles y apenas se conserva nada de él. Sin embargo, como el autor defiende, el indigenismo cubano es el negrismo, es decir, que si hay una cultura dominada que los intelectuales cubanos deban ocuparse de defender, ésa es la de los negros que, tras llegar siglos atrás como esclavos, permanecen aislados e ignorados por el sector criollo que tiene el poder.
En cierta medida no es extraño que se hablara de indigenismo aun en países donde el sustrato prehispánico era prácticamente inexistente, puesto que la corriente indigenista había surgido años antes en novelas que se hacían eco de un realismo social de denuncia, como ocurría por ejemplo con la novela Huasipungo, de Jorge Icaza. No obstante, tras la experiencia subjetivizadora del arte vanguardista, el realismo social se tiñó de significados simbólicos que, presuponiendo las duras condiciones de vida de las etnias dominadas en las sociedades hispanoamericanas (indios o negros), se centraba en dar a conocer el sentido profundo de las culturas que estos sectores de la población representaban, con objeto de lograr una persuasión espiritual de los lectores para que éstos comprendieran el sentido último de una cultura ajena pero tan válida como la propia y aprendieran a respetarla como tal. De esta manera el Indigenismo clásico dio paso al nuevo movimiento indigenista, paralelo al cual se desarrolló el Afrohispanoamericanismo, ya con estos presupuestos del realismo simbólico.
Así pues, este realismo simbólico se sitúa al servicio de la idea primera expuesta por Carpentier: el mestizaje ideal de las sociedades hispanoamericanas. Por lo tanto, el objetivo principal del discurso afrohispanoamericanista era lograr que esas sociedades divididas se integraran de manera definitiva. La necesidad de llevar a cabo este objetivo, dio lugar a un tipo de obra ambivalente, puesto que leída por la sociedad que retrataba (la de los negros de Cuba en el caso de Écue – Yamba – Ó), constituía una legitimación de su cultura, y leída por un lector criollo y ajeno suponía un proceso de aprendizaje y comprensión de una realidad muy cercana a la que nunca se había acercado. Estos presupuestos dieron lugar a la aparición de un esquema de novela concreto: se escribían novelas de aprendizaje que pudieran guiar al lector criollo y, en este sentido, el esquema novelístico más adecuado era un tipo de novela biográfico, una Bildungsroman que narraba la vida de un personaje desde su infancia hasta su madurez. Se trataba por tanto de un personaje que iba poco a poco relacionándose con la realidad que le rodeaba, aprendiendo de ella y comprendiéndola. De esa forma, el autor consigue lo que se propone: que el lector se adentre de lleno en un mundo que desconoce y aprenda paulatinamente a comprenderlo, al ritmo que el personaje protagonista aprende a vivir dentro de él. Los autores llegaban incluso a plantearse qué dudas podían surgir a los lectores durante la lectura, haciendo así que sus personajes preguntaran o vivieran situaciones que contribuyeran a aclarar determinados aspectos.
Esta es precisamente la estructura de Écue – Yamba – Ó, donde asistimos al nacimiento de Menegildo Cué y a su infacia, adolescencia y comienzos de la vida adulta hasta su muerte. A lo largo de la vida de este protagonista, observa el lector la forma de vida de los negros cubanos cuyo trabajo depende directamente del cultivo de la caña de azúcar, la vida en el bohío, la explotación a la que la Central San Luis somete a sus trabajadores, las supersticiones que impregnan la vida diaria, o las continuas borracheras con las que los trabajadores parecen olvidar sus problemas inmediatos. Quizá uno de los aprendizajes más significativos de la vida de Menegildo sea el de los rituales y danzas africanas que su familia y el resto de los negros conservan de sus antepasados; así, el personaje comienza a relacionarse con estas prácticas desde niño, cuando comienza a tocar y bailar en las festividades del santo de su padre. Se observa así la relevancia que dichas manifestaciones musicales adquieren incluso en las campañas electorales de los políticos y alcanzan su cenit cuando el joven es iniciado en el ñañiguismo (una asociación que sirve a los negros para protegerse unos a otros y que ya trajeron sus antecesores africanos en época de la esclavitud), en una ceremonia de 18 horas de duración durante las cuales la música se une a las prácticas esotéricas en un ritual que hace a sus participantes entrar en una especie de éxtasis, una manera de llegar al conocimiento ancestral de su cultura y asistir a la revelación de las fuerzas que, según ella, dirigen cada acontecimiento, por insignificante que sea, de la vida cotidiana.
Como ya se ha dicho, uno de los motivos principales por los que los autores como Carpentier llevan a cabo este tipo de obras obedece a su propia educación y proceso de aprendizaje, al que han contribuido ambas culturas. Así, para redactar las obras, los autores acuden a su propia experiencia vital, dando a luz novelas autobiográficas o testimoniales que describen situaciones y acontecimientos que ellos mismos vivieron o presenciaron. Por otro lado y junto al mestizaje de su educación, los autores eran en su mayoría intelectuales educados al modo occidental cuyos intereses se orientaban hacia cuestiones antropológicas, lo que les permitió tener una formación adecuada que les facilitaba el acercamiento a culturas desconocidas para el resto de la sociedad. Esta doble circunstancia (el conocimiento directo de la cultura retratada y el interés antropológico posterior) fue otro de los motivos que llevó a los autores a dejar de lado el realismo detallado y fiel a la realidad, que la presentaba como algo ajeno que conocer a través de datos y crueles descripciones, a favor de ese realismo de tipo simbólico del que ya se ha hablado, que permitía a los escritores provocar la inmersión total del lector en la obra y, por tanto, en la cultura que en ella se retrataba y llegar así a comprenderla y respetarla a través de la asimilación de sus significados más profundos y míticos.
Y todo este proceso se llevaba a cabo en un mundo híbrido, en la novela tratada, un mundo de obreros haitianos y jamaicanos, capataces americanos, químicos franceses, pescadores italianos, viajantes judíos, emigrantes gallegos, horticultores asiáticos, almacenistas chinos y algunos polacos que pueblan una realidad multicultural a la que el joven Menegildo se asoma desde su pequeño bohío y a través de su milenaria tradición cultural. Esta situación provoca vidas como la del primo Antonio, que parece estar a caballo entre las tradiciones propias de sus ancestros (es ñáñigo y respeta profundamente las tradiciones) y la vida que han traído los yanquis, viviendo en la ciudad y asociándose con los políticos, y no vinculado por tanto a la tradición familiar de vida en el campo y cultivo de la tierra.
Todas las características hasta ahora descritas contribuían a crear un tipo de novela donde el conflicto individual de un personaje puede extrapolarse al resto del continente e incluso universalizarse, como ocurre con Menegildo Cué cuando comienza, en su adolescencia, a sentir el deseo sexual. El lector reconoce esta experiencia y sabe que es compartida por los seres humanos de cualquier raza o cultura, lo que lleva aún más a la identificación y comprensión del protagonista y de la tradición que éste representa.
En definitiva, Écue- Yamba – Ó surge en un contexto social que hizo aflorar nociones como la transculturación que se plasmaban en ideas acerca de una convivencia ideal y armónica entre culturas, el hecho de que los propios autores experimentaran en su formación dicha transculturación y la vieran como algo enriquecedor, la Negrofilia vanguardista o la importancia histórica de los negros en ciertas zonas del continente hispanoamericano fueron los factores que contribuyeron de forma más decisiva al surgimiento del Afrohispanoamericanismo. Se conformaba así una literatura vivencial capaz de transmitir unos valores más que necesarios para que personajes como los Cué tuvieran la consideración que merecían en una sociedad que llevaba demasiado tiempo rechazándolos ciegamente.